Hay viajes que no se viven con los ojos, sino con el alma. Y Cuba fue uno de ellos.
Este destino rompió mis emociones y me llevó hasta las lágrimas en la despedida de ese gran grupo que me acompañó. Fue un adiós tan profundo, tan sincero, que todos quedamos conmovidos, sabiendo que habíamos vivido algo irrepetible. Sin duda, el mejor viaje de todos.
La esencia de un pueblo que abraza
Los cubanos poseen una calidez humana difícil de describir. Lo comprobamos al visitar la casa de los padres de Roxyy y la madre de Anaili.
Allí entendí que la verdadera riqueza no está en lo material, sino en la sencillez, la hospitalidad y el amor genuino.
Aquella visita fue una lección de vida, una muestra de nobleza que tocó cada corazón del grupo.
Este viaje no solo me conmovió a mí, sino también a todos los que compartimos el recorrido. Entre risas, abrazos y silencios cargados de emoción, sentimos una nostalgia hermosa, esa que solo dejan los lugares que se sienten como hogar.
Un país con dificultades, pero con un alma inmensa
Sé que la vida en Cuba no es fácil. Es un país que ha aprendido a resistir con dignidad, en medio de un mundo que a veces le da la espalda.
Y aunque podría lamentar esa realidad, no puedo hacerlo, porque hacerlo sería ignorar la grandeza y la nobleza de su gente.
En Cuba, incluso en la escasez, hay alegría, hay música, hay una forma de vivir que te enseña a valorar lo esencial.
El sabor auténtico de El Nicho
Mi último día fue un regalo del destino. En El Nicho, rodeado de montañas y cascadas cristalinas, visité un pequeño restaurante típico: El Campesino.
El aire olía a leña, a comida recién hecha y a hogar. Las familias compartían sus platos con sonrisas sinceras; los niños corrían libres entre las mesas; y el fuego —ese fuego que nunca se apaga— parecía guardar la memoria de todo un pueblo.
Fue como detener el tiempo. Un instante de vida pura y autenticidad, donde comprendí por qué Cuba enamora sin esfuerzo.
Lo que Cuba me devolvió
Este no será mi último viaje, ni el antepenúltimo. Mi corazón siempre encontrará el camino de regreso a esa tierra que me recordó tanto a mi amada República Dominicana antes de la modernidad.
En Cuba recuperé algo que creía perdido: mi infancia. Allí, el campo sigue siendo campo, los teléfonos dejan de importar y la gente aún tiene tiempo para mirarte a los ojos, sonreírte y ofrecerte lo poco que tiene solo para hacerte sentir bien.
Adiós, Cuba… pero no por mucho tiempo.
Mi alma volverá a ti, una y otra vez.
Gratitud infinita
Gracias, Felita, Raffy, Juan, Harold, Luz María, Adrián, Carlos, Anaili, Roxyy, Iliana, Liset, Lázaro, Redniel, Ariadna, Jairo, José Ernesto y, muy especialmente, a Doña Ana, la abuela de Anaili, quien me regaló risas, historias y cariño en cada visita a su casa.
Sin ustedes, este viaje no habría tenido sentido. Todo estaba escrito en el plano espiritual, y tuve el privilegio de vivirlo en el terrenal.
✍️ Texto por Francisco Montás Perozo, fundador y CEO de Echolatino Viajes.


